lunes, 20 de febrero de 2017

Reseña: Entre tonos de gris, de Ruta Sepetys



Sinopsis: El conmovedor testimonio de una adolescente que quita el aire, captura el corazón y revela la milagrosa naturaleza del espíritu humano.

Junio de 1941, Kaunas, Lituania. Lina tiene quince años y está preparando su ingreso en una escuela de arte. Tiene por delante todo lo que el verano le puede ofrecer a una chica de su edad. Pero de repente una noche, su plácida vida y la de su familia se hace añicos cuando la policía secreta soviética irrumpe en su casa llevándosela en camisón junto con su madre y su hermano. Su padre, un profesor universitario, desaparece a partir de ese día.A través de una voz narrativa sobria y poderosa, Lina relata el largo y arduo viaje que emprenden, junto a otros deportados lituanos, hasta los campos de trabajo de Siberia. Su única vía de escape es un cuaderno de dibujo donde plasma su experiencia, con la determinación de hacer llegar a su padre mensajes para que sepa que siguen vivos. También su amor por Andrius, un chico al que apenas conoce pero a quien, como muy pronto se dará cuenta, no quiere perder, le infunde esperanzas para seguir adelante. Este es tan solo el inicio de un largo viaje que Lina y su familia tendrán que superar valiéndose de su increíble fuerza y voluntad por mantener su dignidad. ¿Pero es sufi ciente la esperanza para mantenerlos vivos?



Fue hace un par de años, creo. Fuimos a la Feria del Libro de Madrid, y la verdad es que iba un poco desanimada, con pocas ganas de comprar. Supuestamente no firmaba nadie que me interesara especialmente, y que estaba en uno de esos días en los que no te apetece nada. Junio, calor, pocas ganas lectoras…

El caso es que, paseando, me encontré con que la autora, Ruta Sepetys, estaba firmando sus libros, y además, no había gente esperando. Ella en realidad estaba presentando otro, pero yo había leído sobre este Entre tonos de gris, mis referentes en esto de la literatura lo ponían bien, pero no sabía si me iba a gustar o no. Lo que tuve claro tras charlar un poco con ella es que un libro me iba a llevar, eso seguro. Y cogí Entre tonos de gris, en edición bolsillo, que yo para eso nunca he sido escrupulosa.

Recuerdo a Ruta Sepetys como una señora amabilísima, que me preguntó por el nombre de mi hija, me sonrió en todo momento y que fue simpatiquísima. Eso sí, nos comunicamos en mi inglés macarrónico, pero nos apañamos. Fue algo breve, pero fue de esas personas que te dan buenas vibraciones.

Total, acabó el día, y yo llevaba en la bolsa cuatro libros. Tres para mí, uno para MiniP, los cuatro firmados, que es el mayor objetivo que tengo cuando voy a la feria del libro.

Pero como los lectores somos así, el pobre libro estuvo durmiendo en mi estantería, en la zona de “libros por leer”, que aumenta por momentos, hasta que este diciembre, a últimos, que no tenía nada para leer (nunca tengo “nada” para leer al igual que nunca tengo “nada” para ponerme…) lo elegí. Mal hecho. Lo tendría que haber dejado para unos días en los que no hubiera que celebrar felicidad y esas cosas que pasan en Navidad, porque la novela me dejó un cuerpo como para bailar jotas.

Lo leí enseguida. En cuestión de tres días lo había devorado, pero no salí indemne de la lectura.

La historia está narrada en primera persona, por Lina Vilkas. Es ella la que nos va contando, desde su visión de niña de 16 años, lo que le sucede a ella y a su familia. Comienza la historia cuando un día llega a casa y se encuentra a su madre rompiendo la porcelana. Una porcelana que hasta entonces había cuidado con mucho esmero. Lina no entiende nada, pero su madre no tiene tiempo para explicaciones: la exhorta para que recoja sus cosas lo más rápido posible. Enseguida llegan los rusos, que los sacan de su casa de malas formas y los llevan a una estación de tren en un camión descubierto. Allí se encuentran con los demás compañeros de viaje.

Lina no entiende nada, pero escucha lo que dicen los mayores, y va atando cabos. Poco a poco. Muy poco a poco. Nos cuenta su viaje cruento hasta Siberia, y lo que padecen en el trayecto y cuando llegan al destino. No todos llegan, no todos sobreviven hasta el final.

Es un relato muy duro de la invasión soviética a los países bálticos. Esto es lo que no se estudia en los libros, lo que el miedo al comunismo nos vetó. Nos vendieron a los rusos, comunistas, como diablos con rabo y cuernos, pero no nos contaron por qué. Tendrían que haberlo hecho. No sé si fue porque a Hitler se le venció, y el horror supremo que supusieron los campos de concentración nazis eclipsó cualquier otra barbaridad cometida por el otro país, el caso es que a Rusia se la dejó tranquila tras el telón de acero y nadie quiso sacar a la luz lo que habían hecho.

Tengo compañeras de trabajo de Ucrania, de Polonia y de Rumanía, como casi todo el mundo actualmente, y fue de ellas de quien primero escuché la historia de cómo Rusia había invadido sus países. Llegaron a las casas, en Letonia, Ucrania, Polonia, y esos países que se llamaron “satélites” y que recuperaron sus nombres cuando cayó la URSS, sacaron a la gente que allí vivía y se la llevaron. En su lugar llegaron rusos, fieles al régimen (cualquier atisbo de rebeldía era rápidamente sofocado con la muerte) que ocuparon esas casas, se hicieron dueños de los enseres, la ropa, la vajilla que hubiera y hasta usurparon los apellidos. 


La gente que se llevaron las trasladaron a Siberia, a campos de trabajo, y los trataron como despojos humanos. Como los nazis trataron a los judíos. Igual. Les denigraron por ser originiarios de su propio país, por tener una cultura y por aferrarse a ella. Los que tuvieron suerte sobrevivieron. Pero no creo que fueran muchos.

Los que menos suerte tuvieron los embarcaron en grandes navíos y los llevaron al mar. Y allí los dejaron. Tiempo después, volvían a por el barco. Así no podían decir que los habían matado: se habían matado entre ellos o habían muerto de hambre. 

Todo esto nos lo cuenta Ruta Sepetys también en su novela, a cargo de Lina, en una prosa sencilla pero que te atrapa desde la primera línea. Cuenta el horror, y cuenta la muerte, pero sobre todo cuenta cómo sobrevivieron, día tras día buscando conservar la humanidad que quisieron quitarles.

La historia de la humanidad está plagada de horrores. De crueldad. Me da igual que fueran los nazis aniquilando judíos, los rusos sometiendo naciones, o los argentinos tirando gente contra el régimen de los aviones. Somos crueles y no valoramos al prójimo. No valoramos la vida. Y así nos va.



El libro, volviendo al tema, lo recomiendo, aunque para temporadas en las que estéis fuertes de ánimo, porque te toca la fibra.

4 comentarios:

  1. Yo también lo tengo en casa hace mil, en ese montón de libros por leer, y lo cierto es que le tengo bastante respeto porque he leído varias reseñas en la misma línea, que hay que ir preparado emocionalmente para enfrentarse a ella y yo últimamente estoy bastante superficial. Pero sé que lo leeré, no me puedo resistir a las buenas historias.
    Besos.
    PD: Yo también soy de las que nunca tienen nada que leer, ni nada que ponerse. xD

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    1. La verdad, MARAJSS, es que sí te toca la fibra, pero enganchar engancha. Una vez que lo cojas no vas a poder parar.
      Y gracias, me siento menos sola sabiendo que no soy la única a la que le pasa! ;-)
      Gracias por pasarte y comentar.
      ¡Besotes!

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  2. Aquí otra de las que nunca tiene nada que leer, ni que ponerse... Y también otra que eligió un mal libro para las navidades. Yo estuve con Una mujer en Birkenau y que mal cuerpo me dejó. Este que traes hoy lleva tiempo entre mis pendientes. A ver cuándo lo saco de esa lista, que sé que me va a gustar, aunque sufra.
    Besotes!!!

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    1. Menos mal que no somos únicas, MARGARI! Qué sola me siento a veces... Me parece que escogimos mal la fecha para leerlos... Te va a gustar, eso casi segura.
      ¡Besotes!

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